Igualdad, ¿para cuándo? Reflexiones de una abuela
No deja de sorprenderme, cuando pienso en discriminación de género, en el tratamiento que
la sociedad da a un mismo hecho dependiendo de si quien lo protagoniza es un
hombre o una mujer.
Hace unos
años una conocida actriz publicó en Instagram un vídeo de uno de sus hijos trepando
por una nevera para, al parecer, tratar de alcanzar unos caramelos. Las
reacciones no se hicieron esperar, recibió miles de comentarios, algunos
positivos, claro, pero una gran parte de ellos en la línea de que si era muy
peligroso lo que el niño estaba haciendo, que esperaban que la nevera estuviera
anclada a la pared, que si perecía un mono, que vaya una manera de educar, que
alguien debería poner límites a ese niño, etc.
El mismo día
su marido, otro famoso actor de reconocido prestigio que se ha puesto en varias
ocasiones en la piel de un súper héroe de cómic, publicó el mismo vídeo y ¡oh,
sorpresa!, en este caso la mayoría de los comentarios eran positivos: “épico”, “parece
Spiderman”, “digno hijo de su padre“, “vaya alpinista” …
Cierto es que
en las redes sociales parece que haya patente de corso para decir lo que cada
uno quiera y faltarle el respeto a quien se considere oportuno; de eso tampoco
se libran los hombres, por supuesto. Pero este caso en concreto es muy
significativo, ya que la misma información compartida por una mujer y por un hombre
recibe una respuesta tan contraria: A la mujer se le juzga por su función de
cuidadora, al hombre, sin embargo, se le juzga en función del
súper héroe que interpreta en la pantalla, nunca como responsable del niño.
Por eso, cuanto
más profundizo en el tema, más difícil me parece que lleguemos algún día a vivir
en una sociedad igualitaria. Tanto, que veo muy optimista que la ONU lo crea plausible para 2286, porque son muchos los años de
opresión que llevamos a nuestras espaldas y porque el patriarcado se adapta perfectamente
a cada uno de los avances conseguidos, con el objetivo de tergiversar todo y de que
volvamos a retroceder. Y eso que se supone que vivimos en una sociedad
privilegiada con unas políticas sobre igualdad de lo más avanzadas. En teoría, al menos.
No me
considero una persona pesimista, pero como mujer que soy he de reconocer que
este tema me produce desesperanza. ¿Cómo vamos a conseguir nunca hablar de
igualdad si tenemos tan interiorizados los estereotipos de género? ¿Qué podemos
hacer desde los hogares para contrarrestar toda la información con que
bombardean a los niños y las niñas que contradicen lo que les enseñamos en
casa? ¿Cómo voy a enseñar a mi hija a reconocer que una relación es nociva si
(verídico) en el colegio una profe le cuenta que a Carmen, la de la ópera, la
mataron porque la querían mucho? ¿Cómo podemos convencer a los hombres que nos
rodean de la desigualdad que padecemos, si no la ven porque no la sufren, si
piensan que exageramos? ¿Cómo luchamos contra las nuevas teorías que tan
convenientemente confunden género con sexo? ¿Cómo pretender erradicar la
explotación sexual si es uno de los mercados más rentables que existen?
Ojalá me equivoque, pero la viñeta que publicó Flavita Banana en su cuenta de Instragram, con la que acompaño estas reflexiones, reflejan perfectamente lo que pretendo decir.
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